viernes, 26 de noviembre de 2010

Que Llueva, Que Llueva.


Pues me podréis contar lo que queráis de lo supermegaimportante que es la lluvia y todos los blablablás que os dé la gana. Pero a estas alturas de noviembre, los aguaceros otoñales me tienen hasta la mismísima peseta.

Tiene una ya unos años y unos riesgos de reúma que me ponen el pelo del cogote rígido sólo de pensar que me empiecen a molestar estas caderonas rompedoras que Anubis me dio. Y además, tiene que salir una de casa descalza y se me ponen las almohadillas perdidas de agua y pringue, porque lo que definitivamente no es lo de ponerme las manoletinas de Prada o los taconazos de Manolo y que se me echen a perder. Y mirad, chicos, las katiuskas muy monas si son de colorines, pero una no está dispuesta a salir a la calle con aspecto de campesina rusa.

Tampoco es que al Gafapasta le haga mucha gracia este diluvio intermitente (dos horas sí, un minuto no, dos horas sí, un minuto no). Que entre lo melancólico que le dejó la partida del Chico Guapo, la oscuridad horaria y estas aguas que nos llenan de moho hasta la babilla, no levantamos cabeza. Pero él al menos lleva paraguas.

Cuando me jubile me he jurado a mí misma que me hago un chalecito en mitad del Desierto de Atacama.


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