jueves, 10 de mayo de 2012

¡DESTIÑE!



Las clases ya no son lo que eran. Del rey a las poligoneras, en este país todos odian a los elefantes. Claro que diréis que para que he vuelto al blog, que si para soltar tan soberana tontería y colgar la foto de la Nena atracándose de paquidermo. 

Pues sí, porque en estos días lánguidos de primavera no pasa nada de nada de nada. Y yo he entrado en un extraño sopor en el que algo tendrá que ver el viento sur este que me recalienta el potorrito y me agota bien agotada. O puede ser lo que me aburre la colección de Yves Saint Laurent que han puesto en mi escaparate favorito y que desmerece mucho muchísimo de esos encajes bordados de Valentino que me siguen teniendo loca. Tengo que hablar con Araceli y decirle que no, que esa cosa verde medio arrugada no.

Pero para agotadora, esta casa de locos que tiene desorganizada el Gafapasta. Sigue echando de menos al Chicoguapo y con esa disculpa suspira por las esquinas y tiene toda la casa que parece un síndrome de Diógenes cuarteado en habitaciones. Y en medio del desastre, la Gata Mala, Anabotella, que está preparando oposiciones a Gata Tonta. Que mira que las gatas en general son un rato raras, pero estas que me han tocado en desgracia ... Veréis, que la Anabotella ahora ha descubierto que se siente supercómoda sentada todo el día en medio de la caja de cartón en la que nos embalan el delicioso pienso de capón con peras que nos compra el Gafapasta en tierras de la Merkel. Y así, como una reina, que no sé si se piensa que está jugando a las casitas, o si es una cabaretera de los años 40 viviendo en su casita de papel, o si directamente me está provocando para que cierre por sorpresa, cierre todo bien cerrado y la envíe por correo urgente a Tasmania. Y luego cuando sale es peor, porque explora bolsas de plástico, se las enreda en la cabeza, no se las puede sacar y va por ahí lloriqueando como si fuera un alma en pena plastificada y atontada. No puedo con ella.

De la Gata Tonta no voy a decir nada porque por sorprendente que parezca la Tiberio en estos tiempos está demostrando por vez primera signos de inteligencia: está todo el día callada, que es lo único inteligente que de semejante mema se puede esperar. Y hasta parece haber encontrado su momento zen con la poligonera.

Gin, por Dior, Gin, que nos da la de cal y la de arena. Porque sigue atada atadísima. Que me gusta a mí porque cuando el Gafapasta me suelta para que pueda hacer mis cosas con discrección y un exquisito gusto selectivo (me ha dado por sembrar de petardos apestosos el acceso al Banco de Santander, a Bankia y a la Policía Nacional, esta noche creo que voy a por la Delegación del Gobierno) ella mira envidiosa y aúlla más envidiosa todavía. Pues te fastidias, princesita de barriada cutre, porque tú no puedes ir suelta por mala , por mala y por requetemala. Aunque el otro día estuvimos en la playa, y el Gafapasta la soltó un rato al galope en contra de mis recomendaciones. Y bueno, medio obedeció. Pero a mí no me engaña.

Luego en casa yo como que me llevé un susto porque tenía una especie de mancha rosácea en la cabezota. Y dije yo, pues un estampado no es, porque esta sigue afiliada al café con leche ese feurcio que tiene, y ese rosa tan cursi no lo hay ya ni en los mercadillos de peor calaña. Y me preocupé, claro, porque me dije, la Tiberio, que ha metido la uña hasta la tercera neurona y a esta le sale la sangre aguada. Pero no, que me asusto yo en balde. La Nena, que con esos modos que tiene de síndrome industrial, se estaba dedicando a imitar a Anabotella y meter la cabezota en las bolsas del Gafapasta. La gata elige bolsas vacías y la poligonera bolsas de basura, que la cabra tira siempre al monte y la Gin al vertedero del que nunca debió salir. Y había unas fresas pochas con los recalentamientos globales esos que tan preocupada me tienen, porque nunca sé si es el Efecto Invernadero o es la Menopausia y la nena se había puesto perdida pero perdida de fresa rancia.

Si esto es la normalidad, espero que los chihuahuas mayas tuvieran razón. Porque no lo soporto más. De momento, a la Gin ya le ha quedado claro que no pienso llevarla conmigo a la Fiesta de la Rosa. En Montecarlo cabe todo menos una setter basurera y maleducada. Tía Carolina se pondría de los nervios. Y yo más.