viernes, 7 de diciembre de 2012

DOPADA HACIA EL HORIZONTE


En esta ciudad del Gafapasta glamour y estilazo, lo que se dice glamour y estilazo, poco. Tengo glamour yo, tienen glamour Araceli y los divinos vestidos y bolsos y zapatos que me trae a Percha, como ese Valentino de encaje negro que pienso lucir en Nochevieja, y si no estuviera tan chiflada, tendría su punto La Zapatera Prodigiosa. Lo demás todo como demasiado británico. Un horror. Y claro, una no puede ser una estrella en decadencia en una ciudad sin glamour. Porque la que ha sido diva, tiene la obligación de envejecer convirtiéndose en adicta a algo. A las drogas de alta costura o de diseño o como se diga, a la cocaína con caviar, al champagne con valium, a las fresas con chocolate. Pero a mí va La Bruja de la Bata Blanca y me dice que tengo que hacerme adicta al Adiro. Y no es lo mismo, que cómo va a ir una cual rutilante estrella en picado a la clínica Betty Ford a decir, hola soy Glenda y soy adicta al Adiro. Ni te queremos Glenda ni factura millonaria ni tratamientos de spa con chulazos y daiquiris: te dan con la puerta en las narices y te gritan que aquello no está para bromas sino para viejunas en crisis.
Pero nada, Adiro que te Adiro está una mientras el Gafapasta escribe crónicas lacrimógenas en sus ataques de intensidad y tontuna. Que le agradezco yo que me quiera tanto y que lo cuente, que para eso le nombré graciosamente mariscal de campo de mi club de fans. Pero va a acabar preocupándome. Que sí, que a ver, que yo también le quiero mucho mucho, como la trucha al trucho, y que ha sido, es y será el humano de mi vida. Pero tampoco voy a convertirme en una chiflada happy-happy que pasea por las calles chupeteando y la boca de todos los que se ponen a tiro de salto: para esa ordinariez ya tenemos en casa a nuestra setter favorita.
Me parece que la tontuna del Gafapasta se os ha contagiado un poco a todos, y claro, es verdad que estoy un poco flacucha, que los escotes no me quedan ya tan turgentes y espectaculares. Y que cada vez que intento ese mítico quiebro de cadera con el que volví locos a tantos galanes oigo como si algo hiciera un ruido estúpido por la columna, me crujen los corvejones y me caigo. Pero planes sigo yo llena de planes. Y el de dar el espectáculo no está entre ellos, que como saque yo mi magistral caracterización de Melodrama Rubio sí que os vais a enterar y a llorar junto a los Ríos de Babilonia a ritmo bíblico de Boney M.
Mis proyectos son como de otro tipo. Por ejemplo, escribir mi carta a los Reyes Magos para volver a explicarles que soy Republicana y Jacobina, pero que lo quiero todo. Y nada de chaneles en color guinda como la broma del año pasado. Quiero todo lo que tengan que se pueda combinar con cierta facilidad. Y además de todo, un edredón de seda natural relleno de plumón de cisne negro, que para la artrosis tiene que ser muy reconfortante. También he comenzado la campaña navideña de guerra psicológica contra el Gafapasta: cuando pasa a mi lado susurro cual sirena homérica quiero capón, quiero capón, quiero capón. No vaya a ser que se le olvide reconfortar mis mimos con esa deliciosa carne. Aunque si cambia el capón por pintada o por faisán tampoco me importa. Un salmonete puede estar bien para que se lo repartan las gatas, y una hamburguesa del McDonald's para Gin.
Así que chicas, chicos, menos Gafapasta llorica y más alegrías. Que ya sé yo que estoy de camino hacia otros horizontes, en plan Vete-hacia-la-luz-Caroline. Pero que sepáis que si me tengo que marchar no es ya que me vaya a marchar llena de dignidad: es que me voy a marchar con pasarela, alfombra púrpura, fanfarrias, abanicos y corte de admiradores. Que una es como es y vale lo que vale.
Os quiero. Pero menos que al Gafapasta, eso que quede claro.


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