domingo, 5 de febrero de 2012

Lenguas de gato, cacas de gato, poligoneras cerdas...


Con la clase que una tiene y mantiene, no os llamará la atención que me apasionen hasta la indecencia las partidas de bridge y las largas tertulias para hablar de política, moda y perversiones chic junto a un té de frutas aromáticas, unas pastitas ricas de chuparse las patas, y alguna golosina a la moda. Unas lenguas de gato, por ejemplo.

A mí cuando me habló el Gafapasta de las lenguas de gato me dio un poco como de asco. Que ya me estaba yo imaginando al señorito sacando la navaja cachicuerna, apretando el gaznate de la Anabotella y la Tiberio hasta que sacaran sus lenguas absurdas y rasposas, pegar un cortecito limpio y rápido y cuando estuvieran secos los restos de sangre micifuz (reutilizables para morcillas, supongo) pegar a las cositas un baño de cognac y chocolate fundido de esa chocolatería de la Rue Jakob de París que tanto tantísimo me encandila.

Luego resulta que no. Que es otra de esas gracias que tienen los humanos para que no haya quien entienda las bobochorradas que dicen. Y al final son simples pastas de bizcocheta o de chocolate, al gusto, que tienen una forma rara que recuerda a cualquier cosa menos a una lengua de gato.

Bien mirado, cortar la lengua a la Tiberio, la tonta del bote, no estaría mal. Porque le ha tocado otra vez temporada de calenturas de potorrito y así no hay quien pegue ojo, con la marrana esta llamando desesperada a todos los gatos macarras del vecindario y restregándose contra todo lo que se deja. En casa todo y todos menos yo, que soy la única decente, digna y severa, como buena jacobina.

La Gin, por su parte, sigue tan marranorra y asquerosoide como siempre. Para sus meriendas, y mira que yo he hecho lo que he podido por comprarle baberos de encaje y puntilla, muñequitas Barbie vestidas de Lacroix y juegos de té de porcelana de Meissen con cucharitas de plata y su nombre grabado para ver si consigo hacer una perruna decente de la poligonera basta y plasta que se empeña en ser. Pero ni modo.

El otro día le preparo a la nena una mesa divina para merendar y cuando quiero darme cuenta, y antes de tener tiempo de poner en el platito un pedazo de tarta de moka y nueces, va la muy cerda a las bandejas retreteras de las gatas y hace una selección de cacas secas. Y cuando yo llego dice la muy simple "Mira, Glenda, ¡bombones de gato!". Y ante mi horror los relame, los rechupa y se los mordisquea.

Una pesadilla, como ya os podéis imaginar.

Lo único bueno que tiene, es que disfruto viendo cómo sufre el Gafapasta. Y lo bien que le estápor haber metido a semejante loca en mi casa sin consultarme siquiera. Porque después de cada atracón de bombones de gato, menea la nena la cola y va donde el señorito muy ufana a lamerle la cara y la boquita. Supongo que en agradecimiento por las golosinas. Juá.

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