Una, que es perra ilustrada donde las haya, leyó hace tiempo un estupendo artículo de Manuel Vicent que se titulaba "No pongas tus sucias manos sobre Mozart". Hablaba de los límites de la tolerancia, y contaba que un padre moderno y hippioide de los postsesenteros (qué mal vestían por Dior) aguantaba las pamplinas de un hijo especialmente cochino y descarado porque eso era la educación moderna. Hasta que un día en plena borrachera con los amigotes se acercó a los discos de su viejo y atrapó una sinfonía de Mozart. El padre entre alaridos y espumarajos gritó eso tan bonito de ¡No pongas tus sucias manos sobre Mozart!, echó de casa a la banda de andrajosos y desde ese día dio por finiquitada la democracia familiar.
Viene este rollo porque se lo he tenido que contar varias veces a la nena, pero la Gin pone cara de me da igual y a mí que me cuentas o sea. Y se va a liar, que os digo yo que se va a liar.
Y es que nunca había visto yo al Gafapasta tan enfadado como esta mañana. Tristón le he visto, y mucho. Vago le he visto, y mucho. Cachondo le he visto, y mucho. Pero enfadado nunca tanto. Que la Gin está rozando peligrosamente los límites de su tolerancia. Y cada vez veo yo más cerca las rebanadas de perra borracha bien cubiertas de salsa de soja en un restaurante coreano.
Se lo he dicho cienes y cienes de veces. Tú rompe todo lo que quieras, cari, pero deja en paz libros y discos. Los libros son para leer, cari,y para aprender. Y los discos para escuchar, cari, y para aullar un rato haciendo acompañamientos y voces a esos sonidos tan fascinantes que los humanos llaman música.
Pero ella a mí me toma un poco por el pito del sereno, que la tengo rebelde desde que acampó el quince de mayo en la habitación de los trastos debajo de un paraguas. Así que ya se ha comido dos portadas de Tusquets y una de Anagrama, además de despedazar página a página un libro de poesías viejas. La vena del Gafapasta no llegó a hincharse pero yo barrunté nubarrones bien negros.
El caso es que con esa obsesión que tiene por tener cosas en la boquita de piñón, apretar con los tiernos dientecitos y dejar todo lo que encuentra como si se tratara de un callejón de Beirut oriental, la tomó el otro día contra "Las bodas de Fígaro". Caja exterior rota, caja interior rota, discos desperdigados por la casa sin rayaduras por obra y gracia de Santa Cecilia. Qué rabia me dio a mí, casi más que al Gafapasta, que era la versión dirigida por Barenboim y me encantaba a mí aullar a dos voces las arias de Susanna con Barbara Bonney acompañando mis cantarines tonos.
No pongas tus sucias patas sobre Mozart dije yo a la salvaje asilvestrada esta. Y como es medio tonta o está medio chiflada o tres cuartos de revolucionada, que ya ni sé, dejó a Mozart tranquilo para desayunarse hoy con una pequeña joya de esas raras y absurdas que al Gafapasta le encantan, una que se llama Berenice, Regina d'Egitto (sí, ya sé que el Gafas es un rato barroco y excéntrico) de Händel. Y como era de esperar, cuando llegó el jefe a casa entró en colapso nervioso, con una vena que parecía que se iba a poner más gorda que un zeppelin y un griterío muy pero que muy poco operístico.
No será porque no intento yo explicarle urbanidad y modales a esta raquerona que me han metido en casa, pero nada. Mira Gin, bonita, llevas ya dos aciertos, Mozart y Händel. Tú prueba a cargarte un Bach, ya puesta la Pasión según Mateo y todavía más guay si eliges la dirigida por Leonhardt, y te garantizo que acabas en un restaurante coreano hervida en salsa de soja, pobre animal.
Dicho en latín, O bestia miserabilis.